Ocuparse
de algo antes de que ocurra da sensación de control a algunas personas.
Sin embargo, puede generar estrés y no mejora la capacidad para
afrontar las dificultades.
- Al intentar eliminar de la mente una preocupación, a menudo se obtiene el resultado contrario: se intensifica.
- No toda preocupación resulta nociva; a menudo, ante sucesos difíciles, es irremediable y humano sentir inquietud.
Siempre
sufriendo por lo que pueda pasar, siempre pensando en posibles peligros
o problemas: para algunas personas, la preocupación constituye una
compañera
permanente que les impide vivir de manera relajada. Se sienten
nerviosas con facilidad y pueden incluso tener dificultad para conciliar
el sueño o concentrarse. Su mente está siempre alerta, dando vueltas
alrededor de los temas que en ese momento les inquietan.
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Las
personas para las que preocuparse supone un hábito necesitan esa
actividad mental para hacer su vida más predecible. Si no se agobian, si
no piensan en las múltiples posibilidades, especialmente las más
negativas, no sienten que dominan la situación.
La
preocupación produce una ilusión de control. A menudo se considera que
esa estrategia permite estar más preparado para cualquier contrariedad o
revés del destino. Sin embargo, la realidad suele ser bien distinta:
preocuparse por anticipado no sólo no mejora la capacidad para afrontar
las dificultades, sino que genera estrés a través de la imaginación, lo
cual tiene idénticas repercusiones físicas, mentales y emocionales que
una situación real.
LA ILUSIÓN DEL CONTROL
"El hombre tiene sus preocupaciones en todos los rincones de la Tierra" (Confucio).
Nuestro
cerebro es una máquina de anticipar. A lo largo del proceso evolutivo
ha incrementado paulatinamente su capacidad para predecir, utilizando
analogías con el conocimiento acumulado de experiencias anteriores,
tanto propias como de los ancestros. Según el escritor y filósofo José
Antonio Marina, no existe especie más miedosa que la humana. Es el
tributo que hemos de pagar por nuestra inteligencia privilegiada.
Por
un lado, esta facultad para ser previsores constituye una ayuda
inestimable para la supervivencia, dado que permite evitar el peligro
incluso antes de que se manifieste. También es un recurso para aprender,
así como para planear proyectos y crear medios con que lograr metas
futuras. Pero esta habilidad también causa alguno de nuestros fallos más
evidentes.
Precisamente
la capacidad de anticipar es lo que atrapa a muchas personas en
círculos viciosos de preocupación. Al vivir entre el recuerdo y la
imaginación, entre los fantasmas del pasado y el futuro, se reavivan
antiguos peligros o se inventan amenazas nuevas. Resulta fácil entonces
confundir la fantasía con la realidad, y sufrir terriblemente por la
incertidumbre de lo que pueda pasar.
¿UNA CUESTIÓN DE CARÁCTER?
"Al hombre sólo le gusta contar sus problemas, pero no cuenta sus alegrías" (Fiódor Dostoievski)
Hay personas que se definen como sufridoras.
Consideran la preocupación como un rasgo de su carácter. No sólo se
atormentan a sí mismas con esta exagerada aprensión, sino que también
suelen desplazar este temor a las personas de su entorno. Piden, o a
veces exigen, recibir noticias constantes para lograr su propia
tranquilidad y, sin darse cuenta, pueden hacer sentirse a los demás
responsables de su sufrimiento.
A
nivel social, preocuparse por el bienestar ajeno se considera signo de
interés y entrega hacia los demás. Posiblemente por este motivo quienes
se identifican con esta cualidad la proclaman incluso con orgullo: "Soy así, no puedo evitarlo".
En
parte esta afirmación resulta acertada. Si se intenta eliminar de la
mente una preocupación a menudo se obtiene el resultado contrario: el
pensamiento se torna todavía más presente o se intensifica. Se debe al
efecto paradójico de la evitación, pues cuando se pretende no pensar en
algo, en ese mismo momento ya está ocupando la mente.
Intentar
suprimir las ideas que generan angustia, por tanto, no supone una
verdadera solución. Por eso al final la persona cree que la inquietud es
algo irremediable y superior a ella.
ADIESTRAR EL PENSAMIENTO
"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo" (Franz Grillparzer)
Quizá
no se pueda evitar que aparezcan preocupaciones, pero sí decidir
conscientemente qué hacer con ellas. De ese modo, en vez de crecer e
invadir gran parte del espacio mental, pueden definirse de manera más
concreta y dar pie a acciones productivas.
Sabemos
que los pensamientos influyen directamente en el estado anímico y
encierran por ello un gran poder. Pero pocas veces se señala que al
pensar bien también se aprende, lo cual a menudo ni surge de manera
natural ni resulta fácil. Si se deja que la mente vague libre, es
posible que la persona se sienta perdida a causa de un pensamiento
desbordado y fuera de control.
Para empezar, conviene ser cuidadoso con los calificativos que se utilizan al hablar de uno mismo,
especialmente si se trata de etiquetas limitantes que cierran
posibilidades de cambio. Las personas tenemos ciertas tendencias de
carácter, pero lo valioso es utilizar esta materia prima -sea una
predisposición ansiosa, perfeccionista, extrovertida...- para sacarle el
máximo partido en vez de que se transforme en algo problemático. La
clave es aprender a tratar las preocupaciones como lo que son: ideas
sobre el futuro pero no el futuro en sí. De hecho, en cuanto aparece una
inquietud se puede decidir entre alimentar el temor o ponerle límites.
Una
cosa son los pensamientos que surgen y otra la persona que los
experimenta, que puede observarlos y elegir cómo actuar ante aquello que
ocupa su mente. Realizar esta diferenciación permite adquirir mayor
dominio sobre los propios pensamientos, aprendiendo a valorarlos, a
comprobar su veracidad o a definir la probabilidad de que lo que se teme
realmente suceda. De este modo, en vez de estar a merced de las propias
preocupaciones, se adquiere la libertad para escucharlas o no según
convenga.
PERCEPCIÓN DISTORSIONADA
"Los
hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de
la mente y no una condición de las circunstancias" (John Locke)
La preocupación mantiene a la persona en un continuo: "¿Y si...?",
que se traduce en un estado de alerta y tensión, nerviosismo e incluso
irritabilidad. Viene a ser como si todas las alarmas estuvieran
encendidas.
Podemos
imaginar lo que implica sostener a lo largo del tiempo un estado de
tensión de este tipo. La preocupación excesiva se vincula a trastornos
de ansiedad y produce un importante desgaste físico y mental. El
sufrimiento de quien se preocupa excesivamente es real, aunque el
principal artífice sea su propia mente y no las circunstancias.
La
psicología nos advierte sobre las distorsiones cognitivas. Consisten en
modos de interpretar la realidad que resultan desacertados o extremos y
conducen a emociones y estados anímicos desagradables. En la
preocupación resulta evidente que las cosas no nos afectan por lo que son sino por cómo las vemos.
Las
personas que se angustian más de la cuenta suelen sobrevalorar el
peligro e infravalorar su capacidad para afrontarlo. Su atención se
dirige especialmente a lo que resulta más negativo o amenazador,
haciendo caso omiso de las demás señales.
De
entrada, no hay que creerse al pie de la letra el mensaje que surge
desde la preocupación, dado que probablemente se trata de una
información distorsionada que es preciso contrastar con la realidad.
TOLERAR LA INCERTIDUMBRE
"La
dicha humana reside en dos cosas: estar libre de enfermedades del
cuerpo y libre de preocupaciones del espíritu" (Lin Yutang)
Quien tiende a preocuparse suele tener una asignatura pendiente: aprender a tolerar mejor la incertidumbre.
Es
precisamente la dificultad para aceptar lo incierto lo que conduce a
utilizar la preocupación como una estrategia de control. Ante una
situación, se imaginan todas las posibles eventualidades, con el fin de
obtener una respuesta adecuada para cada una. Mantener la mente ocupada alivia la inquietud del "no saber".
Sin
embargo, a pesar de proporcionar esta ilusión de control, sufrir por
anticipado no varía la probabilidad real de que algo suceda. Es más,
vivir con el alma en vilo conlleva un alto coste: sentirse mal y
angustiado durante todo el proceso.
REORGANIZAR LA MENTE
"Hay
dos tipos de preocupaciones: las que usted puede hacer algo al respecto
y las que no. No hay que perder tiempo con las segundas" (Duke
Ellington)
Si
nuestra mente pudiera compararse a una pantalla de ordenador sería útil
observar cuántos archivos con temas preocupantes están en danza en este
momento. Cuando existen demasiadas carpetas abiertas el sistema va más
lento, dado que las preocupaciones consumen memoria operativa. Y en
ocasiones aparece un tema principal que ocupa toda la pantalla.
Siguiendo
con el símil del ordenador, al observar las preocupaciones que aparecen
en la pantalla conviene valorar si merecen que se les dedique cierto
tiempo, si es preferible resolver esas cuestiones definitivamente y
cerrarlas o si ha llegado el momento de arrojarlas a la papelera y
eliminarlas para siempre del escritorio.
Por
supuesto, no toda preocupación resulta nociva; a menudo, ante sucesos
difíciles, es irremediable y humano sentir inquietud. Entonces puede ser
útil preguntarse: ¿estoy mentalmente en el momento presente o más bien
en el futuro? o ¿qué puedo hacer ahora para mejorar la situación?. Diferenciar lo que está en nuestras manos y lo que no permite vivir un presente más libre de preocupaciones.
Libros que dan calma:
- ‘Adiós, ansiedad’, de David Burns. Ediciones Paidós.
- ‘Es fácil dejar de preocuparse’, de Allen Carr. Editorial Espasa Calpe.
Seis formas de exagerar los peligros:
La preocupación crónica se nutre de una serie de distorsiones cognitivas que acrecientan la sensación de amenaza:
1. Magnificación: Se exagera el peligro que entraña una situación dada.
2. Adivinación: La persona cree que sus pensamientos negativos van a hacerse realidad.
3. Etiquetar: Hablar de uno mismo como “una persona sufridora”, algo muy difícil de cambiar.
4. Filtro mental: Se detectan los aspectos amenazantes mientras se pasan por alto los que no lo son.
5. Generalizar: Un hecho negativo aislado se generaliza al resto de la persona o de la situación.
6. Deducción emocional: Se tiende a sacar conclusiones a raíz de sensaciones o emociones negativas. “Me siento angustiado; seguro que irá mal”.