lunes, 22 de octubre de 2012

La sublime poesía de la compasión











No digáis que partiré mañana,
pues aún estoy llegando.
Mirad profundamente;
estoy llegando a cada instante,
para ser brote de primavera en una rama,
para ser pajarillo de alas aún frágiles,
que aprendo a cantar en mi nuevo nido,
para ser mariposa en el corazón de una flor,
para ser joya oculta en una piedra.
Aún estoy llegando
para reír y para llorar,
para temer y para esperar.
El ritmo de mi corazón
es el nacimiento y la muerte
de todo lo que vive.
Soy un insecto
que se metamorfosea
en la superficie del río.
Y soy el pájaro
que se precipita para tragarlo.
Soy una rana
que nada feliz
en las aguas claras del estanque.
Y soy la serpiente acuática
que sigilosamente
se alimenta de la rana.
Soy el niño de Uganda,
todo piel y huesos,
mis piernas tan delgadas
como cañas de bambú.
Y soy el comerciante de armas
que vende armas letales a Uganda.
Soy la niña de doce años,
refugiada en una pequeña embarcación,
que se arroja al océano
tras haber sido violada por un pirata.
Y soy el pirata,
cuyo corazón es aún incapaz
de ver y de amar.
Soy un miembro del Politburó
con todo el poder en mis manos.
Y soy el hombre que ha pagado
su “deuda de sangre” a mi pueblo
muriendo lentamente
en un campo de concentración.
Mi alegría es como la primavera,
tan cálida que hace florecer
las flores de la Tierra entera…
Mi dolor es como un río de lágrimas,
tan vasto que llena
los cuatro océanos.
Llamadme por mis verdaderos nombres,
os lo ruego
para poder despertar
y que la puerta de mi corazón
pueda quedar abierta,
la puerta de la compasión.

Poema de Thich Nhat Hanh extraído de su libro Llamadme por mis verdaderos nombres

Cuando la poesía mezcla una austera belleza y el sentimiento más trascendental se convierte en sublime. Cada vez que releo este poema del gran Maestro (y gran poeta) budista Thich Nhat Hanh no puedo menos que emocionarme hasta el fondo del espíritu. Por la forma, pero sobre todo por el contenido.
El autor resume en este espléndido poema lo que el budismo denomina la visión clara. Una percepción del mundo en la cual han desaparecido las barreras impuesta por el yo-ego. Una percepción donde se siente uno integrado con todas las formas de vida: la de la víctima… y la del verdugo. Una apreciación llena de amor, que expande las fronteras, que abarca con su lúcida mirada un círculo mucho más extenso, sin límites. La compasión fruto de una mirada despierta.
Nuestra tarea es la de liberarnos… Mediante la extensión de nuestro círculo de compasión hasta que contenga a todas las criaturas vivientes, la naturaleza entera y su belleza. (Albert Einstein)